Titulo: Arte Argentino - 20º Aniversario ( Argentine Art - 20th anniversary)
Edición: Año 2017
Lugar de presentación: Centro Cultural Borges - 23/11/2017
Programa:
Presentación del libro: Gloria Bancalari - Julio Sapollnik - Marcelo Rivarola
Actuación especial: Cantante lírica: Ivana Russo
Hall: Arpa eléctrica: Athy
Vernissage
Prólogo:
"Arte Argentino - 20º Aniversario"
Veinte años de estabilidad en un mundo cambiante
Durante los últimos veinte años, y como no podía ser de otra manera, una caótica serie de mutaciones previsibles o inesperadas alteraron sustancialmente, para bien o para mal, la realidad de la Argentina y las vidas de sus esforzados habitantes. Como decía Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Se acrecentó nuestro caudal de años y experiencias, y la implacable fidelidad del espejo nos comunica la aparición de nuevas arrugas, que no nos hacen más interesantes, pero sí más viejos. La buena noticia, sin embargo, es que a pesar de tantos cambios y desengaños, algo permanece inalterable: desde hace veinte años, con impecable regularidad, los artistas argentinos consagrados o noveles, jóvenes o no tan jóvenes, encuentran en estas ediciones, cuidadosamente realizadas, un medio ideal para transmitir al público las emociones y perplejidades que culminan en la creación artística. Poco frecuente en una pequeña empresa familiar, la clave de este récord de perduración reside –según nuestro parecer– en la feliz confluencia de dos cualidades aparentemente antagónicas: la vocación perfeccionista que impulsa al Director de Ediciones Institucionales, siempre eficazmente secundado por su familia, a mantener un estricto nivel de exigencia en todo el circuito productivo, y la paralela decisión de darle cabida a todas las expresiones y a todas las voces, evitando las definiciones del arte demasiado cerradas y cercanas a las ciencias exactas, cuyos postulados limitan el campo de la creación artística y condicionan los ensayos de interpretación. Esa libertad nos parece, en verdad, invalorable, porque no hay definición del arte más plena y universalmente comprendida que la propia palabra: lo cual significa que si nos pidieran una fórmula precisa para definir el arte nos sentiríamos tan despistados como si el dilema les hubiera sido planteado a los creadores de las cuevas de Altamira. Sin lugar a dudas, perplejos y asediados por los enigmas y los riesgos de la existencia como todos nosotros, nuestros remotos antepasados del Paleolítico sintieron, aunque no supieran explicarlo, el mismo impulso esencial que hoy nos lleva a ensayar y disfrutar el arte. La irrupción de la belleza, la aspiración de orden y armonía, los arrebatos de la pasión o la atemorizante amenaza de los ciclos biológicos, que nos hacen tan efímeros como las hojas otoñales, son el fermento donde nace nuestra sed de trascendencia espiritual, ramificada como un generoso delta en los rumbos que llamamos arte, poesía, literatura, música, filosofía o religión. En esas dimensiones volátiles e inseparables de las inclinaciones, emociones y puntos de vista personales, donde todas las búsquedas artísticas y todas las interpretaciones encuentran su espacio, la danza de matices y sentidos adquiere los perfiles de una prodigiosa pinacoteca, tan múltiple y abarcadora como nuestra propia memoria o como esta antología que el lector tiene entre sus manos, inspirada en un propósito mucho más ambicioso que la mera divulgación de obras artísticas. En efecto, la aspiración tácita de estas ediciones es contribuir, aunque fuera en una ínfima proporción, a la ambiciosa tarea de los artistas, cuya culminación llega como una epifanía cuando algunos de ellos, los más afortunados, consiguen detener el torrente del tiempo y nos obligan a elevar la vista, embelesados, para vislumbrar metas más distantes, alejadas de las preocupaciones y trajines de la lucha por la subsistencia y embebidas en el sentimiento de haber superado la fase pasajera de la vida. No es un camino fácil; el lugar común latino dice con precisión telegráfica: ars longa, vita brevis, “el arte es duradero, la vida es breve”; muchos tratarán vanamente de llegar al castillo, como el personaje de Kafka, en tanto que otros, los menos, tal vez consigan inspirar el trémulo aleteo de los sentidos que parece encerrar la verdad de la vida: ese es el castillo del arte. En cualquiera de los casos, estas ediciones estarán allí para albergar el resultado de sus tareas y celebrar, juntos, los próximos aniversarios. Para finalizar, recordemos que esos momentos siempre son motivo de felicidad, pero cuando suceden en el campo de la cultura –constantemente amenazado por las tormentas económicas y los cambios políticos–, nos parecen mucho más encomiables. Especialmente cuando se trata de celebrar veinte años de permanencia, claro testimonio del apoyo y la confianza de todos los actores involucrados.
Daniel Pérez